UNA ANÉCDOTA DE TERROR, POR PATRICIO LETTIERI
LA CANCIÓN
En el límite entre la vigilia y el sueño, donde la mente confunde la realidad con sus miedos más oscuros, emerge una historia de terror real que hiela la sangre. Esta es una anécdota de terror para no dormir, contada por su mismo protagonista, una advertencia de cómo las pesadillas pueden invadir lo cotidiano hasta el punto en que despertar no garantiza la paz. En La Canción, Diego comienza a experimentar sueños donde una figura sombría revela siniestras profecías y presagios de un futuro plagado de tormento. A medida que los sueños se mezclan con la realidad, Diego se ve atrapado en un ciclo de horror que no distingue el día de la noche… y la música de fondo ya nunca vuelve a sonar igual.
LA CANCIÓN.
Diego, un adolescente inquieto y atrapado en la monotonía de la vida diaria, se quedó dormido una tarde en el sillón de su pequeño apartamento. Las cortinas apenas dejaban pasar la luz mortecina del atardecer, y la música de su habitación resonaba con una tranquilidad casi hipnótica. Pero su sueño pronto se transformó en una pesadilla inquietante: estaba en una habitación sin paredes, envuelto en una penumbra helada. Frente a él, una figura oscura y sin rostro emergió de las sombras.
La presencia se movía lentamente, como si flotara en el aire pesado, y una voz profunda y siniestra comenzó a resonar en su mente, no a través de palabras, sino como pensamientos oscuros y presagios de tragedia. “Tu familia… verá el fin de sus días en medio de tormentos,” susurraba la figura, cada palabra llena de un eco sombrío que calaba en el pecho de Diego. “Y tú… tu vida será una serie de pesadillas en las que nunca despertarás, condenado a recordar el futuro antes de vivirlo.”
De repente, Diego despertó con un sobresalto; el apartamento estaba envuelto en la oscuridad de la noche, y el sonido bajo de la música era lo único que rompía el silencio. Sentía el sudor frío en su frente y las palpitaciones en sus sienes. Con la mente aún embotada por el terror, intentó convencerse de que había sido solo un sueño, aunque cada imagen seguía latente en su mente, como una cicatriz indeleble. Se dio cuenta de que había dejado la música encendida antes de dormirse, y en su pesadilla, aquella melodía no había estado presente. “Debe haber sido solo un mal sueño,” murmuró para sí mismo, tratando de calmarse.
Pero el cansancio lo venció nuevamente, y sus ojos se cerraron. Esta vez, cayó en un sueño aún más profundo, y pronto, volvió a encontrarse en aquella misma oscuridad. Sin embargo, algo era diferente. La figura que había sido solo una sombra ahora parecía tener un rostro, aunque apenas distinguible, un rostro cubierto de una pálida niebla que lo hacía parecer más un cadáver que un ser vivo. La figura se acercó a él, sus ojos hundidos y espectrales miraban fijamente a los suyos, y en sus labios se dibujó una sonrisa perturbadora.
«Ahora puedes escuchar la música, ¿verdad?» susurró, su voz reverberando en el aire pesado del sueño. Diego, con el corazón palpitante, se dio cuenta de que efectivamente podía oír la música que sonaba cuando se había quedado dormido. La misma melodía tranquila resonaba ahora en su sueño, pero ahora tenía un tono oscuro, distorsionado, que parecía haber sido arrancado de un lugar abismal.
En ese instante, la habitación comenzó a temblar, y Diego sintió que algo invisible y pesado lo empujaba hacia el suelo. El rostro de la figura espectral comenzó a deformarse, y cada contorno de su cara parecía desintegrarse y reconstruirse en un bucle interminable, mientras los presagios y augurios oscuros volvían a susurrar en sus pensamientos, cada vez más fuertes, cada vez más cercanos.
Desesperado, intentó despertar, pero era como si la figura sombría lo hubiera atrapado en su propio sueño. La melodía se volvía cada vez más estridente, más aguda, rasgando el silencio como un cuchillo invisible. En el último instante, antes de ser engullido por las sombras, escuchó el susurro de la figura, calmado pero cargado de una terrible certeza: “Esta no es una pesadilla. Es tu futuro… y cada vez que despiertes, estaré esperando, hasta que ya no puedas distinguir entre tus días y tus noches.”
Diego despertó una vez más, con el rostro empapado de sudor y el eco de la música aún resonando en la habitación. Aunque la melodía era la misma, ahora parecía tener algo diferente, algo que le recordaba al rostro que lo atormentaba.

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