HISTORIA MACABRA POR ELSA BORNEMANN
LA DEL ONCE JOTA
¿Alguna vez te has preguntado qué secretos oscuros guardan los antiguos relatos de brujas? Este es uno de esos cuentos que sobreviven al tiempo, pues la historia de miedo que rodea a la temible bruja es tan inquietante como atrapante. Entre las lecturas de miedo que más estremecen, las historias de terror para leer sobre brujas nos adentran en mundos llenos de sombras, hechizos y maldiciones.
LA DEL ONCE JOTA.
Cuesta creer que una abuela no ame a sus nietos,
pero existió la viuda de R., mujer perversa, bruja siglo veinte que solo se alegraba cuando hacía
daño. La viuda de R. nunca había querido a ninguno de los tres hijos de su única hija. Y mucho menos los quiso cuando a los pobrecitos les tocó en
desgracia ir a vivir con ella, después del accidente
que los dejó huérfanos y sin ningún otro pariente
en océanos a la redonda.
Durante los años que vivieron con ella, la viuda de R. trató a los chicos como si no lo hubieran
sido. ¡Ah…, si los había mortificado! Castigos y humillaciones a granel. Sobre todo, a Lilibeth —la
más pequeña de los hermanos—, acaso porque era
tan dulce y bonita, idéntica a la mamá muerta, a
quien la viuda de R. tampoco había querido —por
supuesto— porque por algo era perversa, ¿no?
18
Luis y Leandro no lo habían pasado mejor con
su abuela, pero —al menos— sus caritas los habían salvado de padecer una que otra crueldad: no
se parecían a la de Lilibeth y —por lo tanto— a la
vieja no se le habían transformado en odiados retratos de carne y hueso.
El caso fue que tanto sufrimiento soportaron los
tres hermanos por culpa de la abuela que —no bien
crecieron y pudieron trabajar— alquilaron un apartamento chiquito y allí se fueron a vivir juntos.
Pasaron algunos años más.
Luis y Leandro se casaron y así fue como Lilibeth se quedó solita en aquel once «J», dos ambientes, teléfono, cocina y baño completos, más
balconcito enfrentado al jardín trasero del edificio.
Lili era vendedora en una tienda y —a partir del
atardecer— estudiaba en una escuela nocturna.
Un viernes a la medianoche —no bien acababa
de caer rendida en su cama— se despertó sobresaltada. Una pesadilla que no lograba recordar, acaso.
Lo cierto fue que la muchacha empezó a sentir que
algo le aspiraba las fuerzas, el aire, la vida.
Esa sensación le duró alrededor de cinco minutos inacabables.
19
Cuando concluyó, Lilibeth oyó —fugazmente—
la voz de la abuela. Y la voz aullaba desde lejos.
—Liiilibeeeth… Pronto nos veremos… Liiilibeeeth… Liliii… Liiiii… Ag.
La jovencita encendió el velador, la radio y
abandonó el lecho. Indudablemente, una ducha tibia y un tazón de leche iban a hacerle muy bien,
después de esos momentos de angustia.
Y así fue.
Pero —a la mañana siguiente— lo que ella había supuesto una pesadilla más comenzó a prolongarse, aunque ni la misma Lili pudiera sospecharlo
todavía. Las voces de Luis y Leandro —a través
del teléfono— le anunciaron:
—Esta madrugada falleció la abuela… Nos avisó
el encargado del edificio… Sí…, te entendemos… Nosotros tampoco, Lili…, pero… claro…, alguien tiene
que hacerse cargo de… Quédate tranquila, nena…
Después te vamos a ver… Sí… Bien… Besos, querida.
Luis y Leandro visitaron el once «J» la noche
del domingo. Lilibeth los aguardaba ansiosa.
Si bien ninguno de los tres podía sentir dolor
por la muerte de la malvada abuela, una emoción
rara —mezcla de pena e inquietud a la par— unía
20
a los hermanos con la misma potencia del amor
que se profesaban.
—Si estás de acuerdo, nena, Leandro y yo nos
vamos a ocupar de vender los muebles y las demás
cosas, ¿eh? Ah, pensamos que no te vendrían mal
algunos artefactos. Esta semana te los vamos a
traer. La abuela se había comprado televisión en
color, licuadora, nevera, aspiradora y lavadora ultramodernos, ¿qué te parece? Lilibeth los escuchaba como atontada. Y como atontada recibió —el
sábado siguiente— los cinco aparatos domésticos
que habían pertenecido a la viuda de R., que en
paz descanse. Su herencia visible y tangible. (La
otra Lili acababa de recibirla también, aunque…,
¿cómo podía darse cuenta?…, ¿Quién hubiera sido
capaz de darse cuenta?).
Más de dos meses transcurrieron en los almanaques hasta que la jovencita se decidió a usar esos
artefactos que se promocionaban en múltiples
propagandas, tan novedosos y sofisticados eran.
Un día, superó la desagradable impresión que le
causaban al recordarle a la desalmada abuela y
—finalmente— empezó con la licuadora. Aquella
21
mañana de domingo, tanto Lilibeth como su gato
se hartaron de bananas con leche.
A partir de entonces comenzó a usar —también— la aspiradora…, enchufó la lujosa nevera
con congelador…, hizo instalar el televisor con
control remoto y puso en marcha la enorme lavadora. Este aparato era verdaderamente enorme: la
chica tuvo que acumular varios kilos de ropa sucia
para poder utilizarlo. ¿Para qué habría comprado
la abuela semejante armatoste, solitaria como habitaba su casa?
A lo largo de algunos días, Lilibeth se fue acostumbrando a manejar todos los electrodomésticos
heredados, tal como si hubieran sido suyos desde siempre. El que más le atraía era el televisor
en color, claro. Apenas regresaba al apartamento
—después de su jornada de trabajo y estudio— lo
encendía y miraba programas nocturnos. Habitualmente, se quedaba dormida sin ver los finales.
Era entonces el molesto zumbido de las horas sin
transmisión el que hacía las veces de despertador
a destiempo. En más de una ocasión, Lili se despertaba antes del amanecer a causa del schschsch
que emitía el televisor, encendido inútilmente.
22
Una de esas veces —cerca de la madrugada de
un sábado como otros— la jovencita tanteó el cubrecama, medio dormida, tratando de ubicar la cajita del mando a distancia que le permitía apagar
la televisión sin tener que levantarse.
Al no encontrarlo, se despabiló a medias. La
luz platinosa que proyectaba el aparato más su
chirriante sonido terminaron por despertarla totalmente. Entonces la vio y un estremecimiento le
recorrió el cuerpo: la imagen del rostro de la abuela le sonreía —sin sus dientes— desde la pantalla. Aparecía y desaparecía en una serie de flashes
que se apagaron —de pronto— tal como el televisor, sin que Lilibeth hubiera —siquiera— rozado
el control remoto. A partir de aquel sábado, el espanto se instaló en el once «J» como un huésped
favorito.
La pobre chica no se animaba a contarle a nadie
lo que le estaba ocurriendo.
—¿Me estaré volviendo loca? —se preguntaba,
aterrorizada. Le costaba convencerse de que todos
y cada uno de los sucesos que le tocaba padecer estaban formando parte de su realidad cotidiana.
23
Para aliviar un poquito su callado pánico, Lilibeth decidió anotar en un cuaderno esos hechos
que solamente ella conocía, tal como se habían desarrollado desde un principio. Y anotó, entonces,
entre muchas otras cosas que…
«La aspiradora no me obedece; es inútil que intente guiarla sobre los pisos en la dirección que
deseo… (…) El aparato pone en acción “sus propios
planes”, moviéndose hacia donde se le antoja… (…)
Antes de ayer, la licuadora se puso en marcha “por
su cuenta”, mientras yo colocaba en el vaso unos
trozos de zanahoria. Resultado: dos dedos heridos.
(…) La nevera me depara horrendas sorpresas. (…)
Encuentro largos pelos canosos enrollados en los
alimentos, aunque lo peor fue abrir la congeladora
y hallar una dentadura postiza. La arrojé a la basura… (…) La desdentada imagen de la abuela continúa apareciendo y desapareciendo —de pronto—
en la pantalla del televisor durante los programas
nocturnos… (…) Mi gato Zambri parece percibir todo
(…), se desplaza por el apartamento casi siempre
erizado (…). Fija su mirada redondita aquí y allá,
como si lograra ver algo que yo no. (…) El único artefacto que funciona normalmente es la lavadora…
24
(…) Voy a deshacerme de todos los demás malditos
aparatos, a venderlos, a regalarlos mañana mismo…
(…) Durante esta siesta dominguera, mientras me
dispongo a lavar una montaña de ropa…».
(AQUÍ CONCLUYEN LAS ANOTACIONES DE LILIBETH, ABRUPTAMENTE, Y UN TRAZO DE BOLÍGRAFO AZUL SALE COMO UNA SERPENTINA
DESDE EL FINAL DE ESA «A» HASTA LLEGAR AL
EXTREMO INFERIOR DE LA HOJA).
Tras un día y medio sin noticias de Lili, los hermanos se preocuparon mucho y se dirigieron a su
apartamento.
Era el mediodía del martes siguiente a esa
«siesta dominguera».
Apenas llegaron, Luis y Leandro se sobresaltaron:
algunas vecinas cuchicheaban en el descansillo de la
escalera, otra golpeaba la puerta del once «J», mientras que el portero pasaba la mopa una y otra vez.
—No sabemos qué está pasando adentro. La señorita no atiende al teléfono, no responde al timbre ni a los gritos de llamada… Desde ayer que…
Agua jabonosa seguía fluyendo por debajo de la
puerta hacia el corredor general, como un río casero.
25
Dieron parte a la policía. Forzaron la puerta, que estaba bien cerrada desde adentro. Luis y
Leandro llamaron a Lili con desesperación. La buscaron con desesperación. Y —con desesperación—
comprobaron que la muchacha no estaba allí.
El televisor en funcionamiento —pero extrañamente sin transmisión a pesar de la hora—
enervaba con su zumbido.
En la cocina, «la montaña» de ropa sucia junto
a la lavadora, en marcha y con la tapa levantada.
Medio enroscado a la paleta del tambor giratorio y medio colgando hacia afuera, un camisón de
Lilibeth; única prenda que encontraron allí, además de una pantufla casi deshecha en el fondo del
tambor.
El agua jabonosa seguía derramándose y empapando los pisos.
Más tarde, Luis ubicó a Zambri, detrás de un cajón
de soda y semioculto por una pila de diarios viejos. El
animal estaba como petrificado y con la mirada
fija en un invisible punto de horror del que nadie
logró despegarlo todavía. (Se lo llevó Leandro).
El gato, único testigo.
26
Pero los gatos no hablan. Y a la policía, las anotaciones del cuaderno de Lilibeth le parecieron las
memorias de una loca que «vaya a saberse cómo
se las ingenió para desaparecer sin dejar rastro»…
«Una loca suelta más»… «La loca del once “J”»…
como la apodaron sus vecinos, cuando la revista
para la que yo trabajo me envió a hacer esta nota.
NUESTRA SELECCIÓN
DE HISTORIAS DE TERROR
Leyendas de Terror
Explora leyendas de terror y relatos paranormales cortos basados en historias urbanas y eventos inexplicables. Estos relatos te sumergirán en lo desconocido y te harán cuestionar la realidad.

Relatos de Terror Basados en Hechos Reales
Explora historias que van más allá de la ficción: relatos de terror basados en hechos reales que han dejado su marca en quienes los vivieron.

Relatos de Extraterrestres
Sumérgete en el mundo de lo inexplicable con esta colección de relatos paranormales cortos. Cada historia te lleva a experiencias sobrenaturales y fenómenos inquietantes, desde apariciones y susurros hasta encuentros que desafían la lógica.
